Al detenerme a recordar lo que sucedió en mi vida meses antes de ingresar a la Congregación Bethlemita, no puedo evitar sentirme profundamente emocionada y muy agradecida con el Señor porque fijó su mirada en mí, me amó primero, me escogió de entre muchas jóvenes, me llamó con predilección, sembró en mi interior la semilla de la vocación y me concedió la libertad para optar.
Nací en Bucaramanga, Santander, y crecí en un hogar Católico, no muy piadoso, pero si muy vigilante de valores y buenas costumbres. Mi vida se desarrolló como la de una joven normal, pendiente de lo que se me ofrecía en aquel momento: los intereses de la edad, la vanidad propia de la mayoría de quinceañeras que me mantenía en un continuo afán por verme siempre bien y mantener ante todos una excelente imagen; a esto se sumaban mis deseos de imponer por sobre todos mis gustos, que la mayoría de veces pasaban a ser caprichos , así como la lucha por defender el parecer de mis amigos por encima de lo que pensara mi familia.
Estudié en el Colegio de las Hermanas Bethlemitas de la misma ciudad, convencida siempre de ser una joven brillante y con grandes capacidades, que sin duda, como varios me lo repetían, me harían llegar muy lejos. Soñando con un futuro y una profesión exitosa, algo diferente empezó a ocurrir dentro de mí, gastaba largos ratos ojeando las diferentes carreras que la Universidad me proponía, y aunque era muy amante del estudio y tenía marcadas inclinaciones personales, no me sentía totalmente complacida al imaginar el rumbo de mi vida dedicado solo al saber y al hacer.
Estoy segura de que fue el mismo Dios, sin yo percibirlo, quien empezó a despertar en mi corazón los deseos de dejar una huella en el mundo no por tener muchos conocimientos en la cabeza, ni por ser un personaje reconocido, sino por dedicar la vida al servicio de los otros, de quienes hoy por hoy viven tan necesitados de amor, ayuda y comprensión. Fue entonces, cuando en medio de esa confusión interior y presionada por las decisiones tomadas ya por mis amigas respecto a su camino profesional, llegó de visita al Colegio cierto día la Hna. Natalia Duque, Promotora Vocacional, quien estaba por ese entonces realizando Convivencias para las jóvenes inquietas en la Vida Religiosa. Sentí con gran fuerza la voz de Dios a través de las palabras de la Hermana, una voz dulce a mis oídos que me invitaba a optar por un ideal diferente con la promesa de alcanzar mi realización personal y la verdadera felicidad.
Asistí a la Convivencia y quedé muy motivada, me atraía a gritos el testimonio de las Hermanas, su sencillez, alegría y acogida. Solo después comprendí que dichas actitudes serán por siempre rasgos que identifiquen a cada Bethlemita en cualquier lugar del mundo.
Resolví entonces iniciar el proceso de acompañamiento previo a ingresar a la Comunidad, pero no contaba yo con que mis padres en sus mentes ya me habían planeado y organizado la vida, tenían incluso más sueños que yo misma, deseaban verme rodeada de éxito, prestigio, posiciones importantes y mi propia familia.
Por eso, cuando tímidamente les insinué la idea que daba vueltas en mi corazón desde hace varios días y me hacía sentir inclinada extrañamente a ir a la Iglesia, y hasta escribirle hermosas cartas a Dios, cosas que no eran muy comunes en mí, ellos se opusieron rotundamente argumentando que era yo todavía muy menor para dimensionar la magnitud de una decisión tal, que sería un gran error tomar dicho camino y que definitivamente me hacía falta madurez porque no sabía ni lo que decía.
Empezó entonces mi corazón a sufrir por aquello que cada vez cobraba más fuerza dentro de mí: responderle al Señor con un SI generoso desde la Vida Religiosa Bethlemita.
Sin embargo, una fuerza mayor que la misma obediencia a mis padres, me impulsó a dar la batalla, no sabía a ciencia cierta de qué se trataba, pero era algo que me hacía sentir valiente y arriesgada para no callar lo que anhelaba. Ya no me veía en otro campo, el deseo se arraigó con una fuerza inexplicable dentro de mí, y así lo expresé a las Hermanas del Colegio. Lo que para muchos podía parecer un capricho, para ellas era la fuerza de una vocación naciente, un llamado que el Señor empezaba a hacerme con insistencia, pero sin ánimos de obligarme a tomar una decisión, solo de mí dependía mirarlo todo, discernirlo, y sentirme libre para optar, sabiendo que se trataría del curso que tomaría para el resto de mi vida.
Inicié bajo mucha prudencia el proceso de seguimiento por temor a que mis padres se enteraran; le conté emocionada a mis amigas del Colegio y ellas, después de plantearme muchas inquietudes, finalmente me brindaron su apoyo, cosa que las llevó a tomar distancia de mi familia, para evitar verse fuertemente confrontadas con mis padres y hermanas.
Una vez terminado el Bachillerato, en medio de lágrimas y tras un intento fallido por ingresar a la Congregación, seis meses tardó mi lucha, ( tiempo que entonces me parecía una eternidad y ahora lo considero un espacio justo concedido por el mismo Señor para prepararme mejor), lo hice finalmente sin la Bendición de papá ni de mamá , pero pidiendo mucho a Dios por ellos , para que algún día se me de, lo que hasta ahora continúo anhelando: su apoyo , su comprensión y el sentir realmente que mi vocación es una gran Bendición para toda la familia.
Han pasado 5 años desde que ingresé a la Comunidad y puedo decir que han sido un suspiro….me he sentido inmensamente feliz cada día, profundamente amada por el Dios de Belén y la Cruz que me llamó, y comprometida cada vez más con la causa de su Reino desde la misión que me ha encomendado y las personas que ha puesto en mi camino para ayudar, consolar, servir, fortalecer y animar con el Mensaje de un Jesús que es todo amor y Misericordia.
Sé que mis Padres algún día lo entenderán, solo debo ser paciente y saber esperar. Las cosas se nos dan cuando el Señor lo considera conveniente y para Él no hay nada imposible.
No he dejado de amar a mi familia , al contrario, me siento cada vez más cerca de ellos, y no dejo de pedirle al Señor en cada oración: Por favor, encárgate de los míos, que yo me hago cargo de lo tuyo!!!
De todo corazón escribo esta, mi historia vocacional, y espero pueda servir de motivación en el camino de aquellas jóvenes que hoy Dios continúa llamando, a ellas me queda decirles que no hay nada más grande que responderle con valentía y a cuesta de todo, se es feliz a su lado, ya no hay títulos ni posiciones que valgan, Él nos cambia la vida, nos hace diferentes, nos convierte en Don para muchos, nos enseña a sentir el verdadero amor por niños, jóvenes , ancianos y todas las personas de nuestro apostolado… dejamos de pertenecernos a nosotras mismas para ser exclusivamente de los demás.
Vale la pena arriesgarse…Dios y la Santísima Virgen guían nuestros pasos…
Y no puedo terminar sin hacer eco de aquello que he escuchado a lo largo del camino de varias Hermanas, ejemplo para mí de fidelidad a Dios… Benditas palabras que hoy también nacen de mi corazón: “si volviera a nacer no lo pensaría dos veces… Sería nuevamente Bethlemita!!!”